lunes, 29 de noviembre de 2010

EL DISFRAZ DEL OBSESIVO. LO QUE NO QUIERE VER

Una obsesión es una idea o un pensamiento fijo que se impone en la conciencia e impide pensar en otra cosa que no sea el propio pensamiento obsesivo. Si tuviéramos que definir un trastorno obsesivo, podríamos decir que es un juego de máscaras donde nunca nada es lo que parece. Las obsesiones tienen la misma estructura que los sueños, lo cual significa que deben ser descifradas porque detrás de una obsesión, siempre hay una verdad que perturba al obsesivo. El obsesivo vive dentro de un laberinto porque lo que no quiere es encontrarse afuera, con el mundo, ya que todo encuentro con el mundo, supone un adaptarse, un modificarse, un ser diferente y lo que el obsesivo no quiere saber es de las diferencias. Vive bajo el lema de la inmortalidad, de lo perdurable, de lo que siempre es igual a sí mismo, de ahí que el obsesivo no quiera cambiar. Cambiar significaría para él separarse de sí mismo, de su identidad infantil, que es sobre la cual se ha construido su vida, su sexualidad. El obsesivo si de algo tiene miedo, es de sus propios deseos, de los cuales, nunca quiere saber nada, pero el deseo, como los caminos del señor, siempre son inescrutables y lo que se contiene o se reprime, siempre acaba apareciendo por cualquier otro lado y esa es la tarea del obsesivo, que nada de lo que le perturba aparezca, que nada de sus deseos accedan a su conciencia, porque si de algo se acusa el obsesivo es de su extremada moralidad. NO existe nadie mas moral y más rígido que el obsesivo, que no se permite ningún tipo de goce, ningún tipo de bienestar o placer, porque para él todo placer conlleva un riesgo: de que le guste y como todo lo ritualiza, tiene temor a que el goce lo esclavice y de ahí su sufrimiento, su negación, la no aceptación de su pulsión, la no aceptación de su propia humanidad que por humano, le condena a un fin, a las diferencias que existen entre él y el mundo. Todo un baile de máscaras para no ver la verdad, lo intolerable de la verdad humana.

lunes, 1 de noviembre de 2010

UN CASO DE TOC DE FREUD ( 2ª parte )

(…) Ante todo, es evidente que la enferma se identifica con su marido y reproduce su conducta durante la noche de bodas, imitando su paso de una habitación a otra. Para que tal identificación sea correcta habremos además de admitir que reemplaza el lecho y las sábanas por la mesa y el tapiz que la cubre. Todo parece demostrar que el acto obsesivo de esta enferma posee un sentido, constituyendo una representación y una repetición de la escena anteriormente descrita. El hecho de hacer venir a la criada y atraer su atención sobre la roja mancha, contrariamente a los deseos del marido después del desgraciado intento de simulación. De este modo se conduce la paciente- siempre en representación de su marido- como si no tuviera que temer la entrada de la doncella dado que la mancha cae sobre el lugar debido. Vemos que no se contenta con reproducir la escena real, sino que la ha continuando y corregido, perfeccionándola. Pero al hacer así rectifica también aquel otro penoso accidente que obligó al marido a recurrir a la tinta roja: esto es, a su total impotencia. De todo eso habremos de deducir que el acto obsesivo de nuestra enferma presenta el siguiente sentido: “ Mi marido no tenía por qué avergonzarse ante nadie, pues no era impotente”. El deseo que encierra esta idea es presentado por la enferma como realizado en un acto obsesivo, análogamente a como sucede en los sueños ( que siempre son una realización de deseos ) y obedece a la tendencia de la buena señora a rehabilitar a su esposo.