viernes, 26 de julio de 2013

LA SEXUALIDAD INFANTIL EN EL TOC ( 1 )



“Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia sexual anatómica.” Es un texto de 1925 de Freud. La pareja, para el psicoanálisis es una construcción. Las concepciones ideológicas que circulan desde hace décadas sobre lo que es una pareja, siguen encajadas en unos patrones donde la sexualidad que marca la dirección o el destino de la pareja siempre es una sexualidad infantil.
Si le preguntamos a un hombre, qué es una mujer, le pondríamos en el mismo aprieto que si preguntamos a una mujer qué es un hombre. Esta pregunta, nos inicia en el campo de las diferencias, que aparte de las diferencias anatómicas, las diferencias psíquicas son para los integrantes de la pareja la verdadera causa de su neurosis.
Un hombre, una mujer, su encuentro está marcado por la existencia de una sexualidad constitutiva infantil, la cual por inconsciente, determina el acontecer de los hechos presentes y futuros. Esta sexualidad infantil, no solo determinará inconscientemente la relación entre ellos dos, sino también las relaciones con el mundo.
Al hombre y a la mujer le es difícil abandonar aquello que le dio algún tipo de goce en época pasadas. Sustituir puede ser un obstáculo al crecimiento, renunciar a un modelo de sexualidad infantil por uno más adulto, supone incluir al otro. Esto nos lleva a la pregunta de si los problemas al crecimiento dentro de la pareja, no dejan de ser resistencias narcisistas infantiles, donde uno valora lo suyo por encima del otro y en esta no renuncia, lo que se rechaza es el intercambio, para no tener que agradecer nada al otro.
Nuestro nacimiento se produce en un marco constitutivo familiar. El niño está inmerso en la sexualidad de los padres y los primeros modelos de identificación incluyen a la figura paterna y materna.
Comencemos por el niño varón. Denominamos Edipo, a la relación del niño con la madre, donde la crianza y el cuidado establecen la aparición de unos lazos libidinales que permanecen en calidad de huella inconsciente y determinan en el niño sus futuras relaciones objetales, tanto sexuales como amorosas.
En el Edipo, también interviene un tercer elemento, que es la figura del padre. Para el niño, salvo circunstancias producidas por la neurosis de la madre, su padre es un ser respetado, temido o anulado y que debe incluirlo en la relación con la madre. Este triángulo amoroso y libidinal queda establecido a modo de pacto inconsciente y marcado por la disposición bisexual del niño, dispuesto en doble sentido: activo y pasivo. La posición activa supone la existencia de una rivalidad más o menos mostrada hacia la figura del padre. Dicha rivalidad puede ser secundaria a un primer periodo de pasividad con respecto al padre por parte del niño. Vemos como niños dóciles en sus primeros años de infancia, manifiestan un comportamiento rival, desafiante y agresivo al comenzar la etapa de la pubertad o adolescencia hacia el padre y/o hacia la madre.
La posición pasiva en el niño, supondría una renuncia a su virilidad, a un no excluirse de la relación con la madre aunque para ello le suponga conformar una personalidad pasiva. Podemos calificar este hecho de actitud femenina con respecto al padre. Esto puede derivar en su ser adulto hacia una homosexualidad pasiva o bien hacia una actitud de sometimiento con respecto a la mujer y a la vida en general. Este tipo de varones, son hombres a medias, que no han terminado de realizar el pasaje de renuncia a la figura materna y sus relaciones de pareja están marcadas por una posición pasiva con respecto al amor, al sexo, al dinero y a sus relaciones sociales.
En dicha posición pasiva, el niño ha adoptado una identificación de índole cariñosa con el padre, para estar cerca de la madre. Esta renuncia inconsciente a la rivalidad con el mismo, sella el destino del varón con respecto a sus relaciones de pareja. Su actitud está marcada por una pasividad y por un sometimiento con respecto a la mujer que no deja de ser una proyección edípica.
El complejo de edipo en la niña, implica un problemas mas que el del varón. En ambos casos la madre fue el objeto original y nos es fácil ver que el niño la retenga inconscientemente como primer objeto amoroso y fuente de sus fantasías sexuales. Nos preguntamos, cómo llega la niña a abandonar la figura de la madre e incluir en su lugar al padre como objeto amoroso?
Cuando investigamos este hecho, nos encontramos en la niña que tras dicho establecimiento de vinculación al padre, subyace la fantasía y el deseo de tener un hijo con el padre. Este deseo inconsciente puede ser entre otras, la causa de ciertas infertilidades femeninas o ciertas renuncias al establecimiento de lazos libidinales con los hombres, pues el deseo de tener un hijo con el padre, culmina en la renuncia a los objetos masculinos.
Estas fantasías pueden ser la fuerza impulsora de la masturbación infantil y de su posterior represión por el sentimiento de culpabilidad que originan en las mismas.
La niña, a través del descubrimiento del pene en un hermano o en alguno compañero de juego, le llama poderosamente la atención y lo reconoce como algo superior o al menos diferente con respecto a ella. Este reconocimiento le hace caer víctima de la envidia fálica.
Este hecho, es determinante en el desarrollo sexual de la mujer. El deseo de tener un órgano genital similar al del hombre, puede llevar a la mujer a una situación de rivalidad permanente con respecto al hombre. Nos encontramos así a mujeres que se hallan en estado permanente de rivalidad con su pareja o con los hombres. Bien pueden manifestarse en un comportamiento masculino con respecto a su sexualidad que le lleva a construir hombre femeninos, pasivo, castrados.
Así mismo, cuando la rivalidad es envidia, su comportamiento es una permanente lucha por quedar por encima de él, de modo que sus vivencias dentro de la pareja, estarán marcadas por un no aceptar dicha diferencia. Todo es una manifestación de dicha envidia que le puede llevar a la separación cuando no logra someter, castrar o anular al hombre.